miércoles, 18 de julio de 2012

LIBRO EL SECRETO DE ADAN

Adán Roussos recibió un despertar abrupto por el ring del teléfono junto a su cama. El reloj digital sobre su mesa de noche, indicaba las cinco de la mañana en la ciudad de los rascacielos. El sonido del aparato lo interrumpía justo en su fase R.E.M, (Rapid Eyes Movement) la cual lo estaba llevando a un exquisito sueño con playas y arena caliente.
Soñoliento y confuso, incorporó su casi metro noventa, sobre las blancas sábanas de seda y cogió el teléfono con dificultad. Le costó articular sus palabras.

-Mmm…hola, -pronunció con poco énfasis.
Del otro lado de la línea, una voz sexagenaria, cargada de entusiasmo, lo saludó.
-¡Adán! , querido amigo, soy yo Aquiles, te llamo desde Grecia.
-¿Aquiles? ¿Aquiles Vangelis? -los ojos de Adán brillaron por un instante-, que gusto oírte… pero, ¿sabes qué hora es en este lado del mundo?
-Lo sé, lo sé -repitió, casi como un susurro-, pero créeme que si te llamo ahora es por algo muy importante que no puede esperar y no se trata de una mala noticia, sino todo lo contrario.
Adán tomó una amplia inhalación.
-Comprendo, pero…¿no podías esperar a que amanezca? ¿De qué se trata? ¿Qué es eso tan importante? -Adán, restregó con su mano derecha sus entrecerrados ojos marrones, para comprobar que aquello no era un sueño.
-No puedo contártelo por teléfono -el tono de su voz era agitado-, pero te anticipo que se trata de un descubrimiento que puede cambiar muchas cosas. Adán, por favor, ¡Te necesito aquí en Grecia!
Eso logró que se despertase aún más.
-Pero…
-Es muy importante que vengas- insistió-. Me urge verte. Tú eres la persona capaz de ayudarme con lo que he descubierto, eres sexólogo y además experto en religiones -argumentó-, y mi descubrimiento tiene que ver con la sexualidad, la Iglesia cristiana y los habitantes de la antigua Atlántida, -pronunció aquellas palabras con énfasis.
Sin dar tregua, el arqueólogo arremetió.
-Si quieres traerle un dolor de cabeza al cristianismo y por ende a las demás religiones, te prometo que lo lograremos si este milagroso hallazgo es lo que presiento.
Adán se quedó pensativo.
-Entiendo -su voz sonaba más animada-, pero tengo que ver mis agendas, tengo conferencias, pacientes…

Busca un relevo en tu equipo, Adán -dijo Aquiles, interrumpiéndolo con vehemencia-, eso es rutina para ti, lo que te espera es posiblemente la aventura más importante de tu vida.
Ante aquella petición tan urgente, Adán ya estaba incorporándose sobre sus almohadas, en la espaciosa cama de roble.
Trató de organizar con claridad sus pensamientos.
-Veo que se trata de algo trascendente, Aquiles. Veré en la mañana de qué manera me organizo.
-Cuento contigo, amigo mío. Lo que he hallado… -hizo una pausa y contuvo un suspiro-, te dejará atónito, no sólo a ti sino al mundo entero -dijo rápidamente, y colgó.

***
Un silencio seco, seguido por un torbellino de pensamientos -similar a un enjambre de abejas-, circuló por la mente de Adán Roussos, al tiempo que se dirigió a la cocina a prepararse un café.
Por el gran ventanal del dormitorio se podía divisar -Busca un relevo en tu equipo, Adán -dijo Aquiles, interrumpiéndolo con vehemencia-, eso es rutina para ti, lo que te espera es posiblemente la aventura más importante de tu vida.
Ante aquella petición tan urgente, Adán ya estaba incorporándose sobre sus almohadas, en la espaciosa cama de roble.
Trató de organizar con claridad sus pensamientos.
-Veo que se trata de algo trascendente, Aquiles. Veré en la mañana de qué manera me organizo.
-Cuento contigo, amigo mío. Lo que he hallado… -hizo una pausa y contuvo un suspiro-, te dejará atónito, no sólo a ti sino al mundo entero -dijo rápidamente, y colgó.

***
Un silencio seco, seguido por un torbellino de pensamientos -similar a un enjambre de abejas-, circuló por la mente de Adán Roussos, al tiempo que se dirigió a la cocina a prepararse un café.
Por el gran ventanal del dormitorio se podía divisar -tras un cielo plomizo-, que todavía no amanecía en Nueva York, aunque en su mente comenzaba a surgir el hilo de luz necesario que le permitía ponerse en actividad.
Cuando sus pies descalzos cambiaron el cálido contacto del parquet del living y pisaron el frío mármol del suelo de la cocina, un escalofrío le recorrió por toda la columna vertebral.
Necesitaba ordenar las ideas. Aquella mañana del 18 de Julio de 2012 traería un despertar distinto en la vida de Adán.
Un despertar especial en todos los sentidos.

***
Adán Roussos sabía que su viejo amigo Aquiles Vangelis -un excéntrico y vigoroso hombre de contextura fuerte aunque delgado-, era una persona comprometida y de palabra. Había sido por más de veinticinco años un incansable buscador independiente de restos de la Atlántida, además de llevar dos décadas como asesor profesional en arqueología científica y paleontología educativa de la UNESCO y Naciones Unidas, convirtiéndolo en una persona con influencia política y social.
Había hecho más de cincuenta expediciones extraoficiales en busca de indicios sobre la antigua civilización que Platón -el popular filósofo griego-, ya había comentado miles de años atrás, en sus conocidos “Diálogos”.
Con aquellas investigaciones fuera del “establishment”, el profesor Vangelis ponía en peligro no sólo su vida sino también sus carreras como arqueólogo y paleontólogo educativo, ya que era sabido que todo científico que se preciase de serio veía la Atlántida como un mito y una leyenda, más que como un hecho real.
Las palabras pronunciadas por el sabio y veterano arqueólogo habían salido con certeza y poder.
Aquiles tenía cierta influencia para pedirle aquello, ya que Adán le debía el favor de haberle conseguido el puesto en el Sexuality Institute of New York donde trabajaba. En pocos años, Adán Roussos fue nombrado director de área, a pesar de contar sólo con cuarenta y un años. Un cargo que además de las buenas facultades profesionales que poseía, había sido directamente influenciado por una gestión personal del profesor Vangelis.

***
Pensativo, Adán bebió su café mirando una de las esculturas que un amigo y paciente le había regalado hacía poco tiempo, colocada debajo de los cuadros colgados en la pared que decoraban su lujoso y cálido piso neoyorkino. Era una bella escultura de un atleta griego, hecha en cristal tallado. Descansó su pensamiento y sus ojos en aquella inspiradora obra, al tiempo que deslizaba su mano por el cabello tratando de elaborar lo que pasaba en su interior. Siempre que necesitaba pensar, dos cosas le aclaraban las ideas: pasar las manos por sus rizos y deslizar su dedo índice por el lomo de su nariz griega.
Adán vivía en la zona del Village, amaba el aura mística y elegante de aquel barrio, lleno de artistas, restaurantes, galerías de arte y personajes; prefería la bohemia de aquella zona en vez de Tribeca o del West Side.
No podía estar quieto, se puso de pie y caminó reflexionando cabizbajo mientras la sombra de su elevada estatura se reflejaba en la pared generando una aureola de misterio al mezclarse por el living. Allí poseía estatuas de Apolo y Dionisio que se encontraban cara a cara con Afrodita. Encendió una fuente de mármol blanco de donde comenzó a salir un suave hilo de agua, como cada mañana acostumbraba hacerlo antes de ir a trabajar, eso le daba un aire de relajación a la sala principal.
Ahora en aquella encrucijada pensaba qué hacer con su responsabilidad frente a sus pacientes y con su apretada agenda de consultas y conferencias. Adán Roussos era conocido en el ambiente de la ciudad como “Dr. Amor”, siendo entrevistado a menudo por las cadenas televisivas y revistas especializadas debido a sus revolucionarios sistemas de sanación sexual.
Había movilizado el mercado editorial con su propio libro “Misterios Metafísicos de la Sexualidad Humana” que ahora era usado como texto de estudio en algunas universidades.
Los críticos decían de él: “Sus trabajos sobre sexualidad son como una primaveral brisa fresca entre tantos años de encierro invernal”, refiriéndose a los siglos de represión y condenación de todo lo referente a la sexualidad por parte de algunas religiones y sociedades moralistas.
A sus vitales cuarenta y un años, Adán Roussos gozaba de excelente reputación, posición económica y un buen nivel de vida. Se dedicaba con fervor a su vocación obteniendo excelentes resultados científicos dentro de su extensa cartera de pacientes.
Por otro lado, su inquieto espíritu aventurero e investigador lo tentaba con el llamado recibido por el arqueólogo.
“Aquiles tendrá algo muy poderoso entre manos.”
Y suspiró al imaginar su querida Grecia, tierra que había dejado al aceptar aquel trabajo en una de las más importantes consultas en sexualidad de Estados Unidos, donde vivía hacía ya una década.
Añoraba Grecia, sus costumbres, sus comidas, su danza, su gente y el sol. No había vuelto allí desde que le anunciaron que había muerto su padre, hacía ya algunos años. Antes de aquella pérdida siempre regresaba para los veranos donde visitaba a sus padres y sus amigos, gozando del sol mediterráneo en las islas griegas.
Ahora, si seguía la petición de Aquiles, en realidad sólo tendría que adelantar sus vacaciones, ya que estaba a punto de tomarlas en Agosto y sólo faltaba un mes.
Necesitaba poner en orden lo que sentía y lo que pensaba.
Adán Roussos era un investigador muy culto que escribía artículos y daba conferencias pero, sobre todo, un hombre de intuición ya que se manejaba en la vida por el impulso de su sexto sentido en armonía con su corazón. En aquel momento esa voz interior le hizo tomar mayor conciencia que tenía que apoyar al arqueólogo.
Se duchó, liberó su mente bajo la tibieza del agua y, al salir del baño, cuando el reloj de la pared marcaba las seis y media de la mañana, dejó de lado la incertidumbre y sin dudarlo fue hacia su escritorio con la toalla sujeta a la cintura y el cabello aún mojado, encendió su Mac portátil y buscó reservar en Internet el próximo vuelo hacia Atenas para el día siguiente.

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